Esta vez, contra todo pronóstico, dormí como un lirón la noche anterior, y me desperté con mucha energía y ganas de correr. Lo único que me preocupaba eran unas molestias en la pierna izquierda que desde el miércoles que hice las series no se me habían pasado. Al trote me molestaba y me daba miedo que me fastidiara la tarde.
Llegué bastante pronto, porque creí que la carrera empezaba a las 17h, y era media hora más tarde, así que hice tiempo paseando por el pueblo, pero de esperar tanto, me puso nerviosísimo. Además, ver a mi hija, y a toda la familia allí, que no se creían lo que iba a hacer ni confiaban mucho en que acabara la carrera... cada vez estaba más histérico. No sabía cómo me iba a encontrar, ni podía prever el ritmo a seguir, ni siquiera si podría aguantar tantos kilometros y tan duros como me habían dicho.
Al final, sali excesivamente reservón a ritmo de 6'/km, (aunque los dos primeros kilómetros los hice a 5'40'') y decidí buscar un grupo en el que fuera cómodo. Lo malo es que no éramos muchos y en ningún grupo estuve cómodo durante mucho tiempo. Poco a poco se me escapaban todos y yo no tenía fuerzas (aunque ahora creo que lo que no tuve fué valor) para forzar un poco más y no quedarme solo.
En el paso por Montserrat, donde callejeamos 2 kilómetros y medio (del 7,5 al 10) tuve un bajón moral al ver que no veía a nadie por detrás, y los dos grupos que tenía delante se me escapaban. Poco a poco, encontré mi ritmo a solas y conseguí alcanzar a un hombre que había parado con dolores en la rodilla. Le dí ánimos, le dije que si podía, que se viniera conmigo, que quedaba mucho todavía y juntos podíamos ayudarnos. Lo convencí, y llegamos a meta juntos. Se hizo durísimo, de Montserrat a Montroi (11kms) fueron brutales, con subidas y bajadas muy pronunciadas y sufrí de lo lindo con las articulaciones. Humberto (así se llamaba mi compañero) bajaba fuerte, porque sentía alivio en la rodilla, y yo no podía seguirle. Sin embargo, en las subidas, yo iba bastante más rápido y él sufría mucho. Fuimos empujándonos moralmente el uno al otro, hasta el final.
Del 19 al 20 era de subida muy pronunciada, y me fuí. Del 20 al 21, era de bajada tan pronunciada que apenas podía poner los pies en el suelo del dolor de tobillos, así que ví cómo me recuperaba terreno, le animé y en la última curva reduje el ritmo para entrar con él. "Enhorabuena, tio... ya hemos llegado!" y nos dimos la mano supercontentos de haber superado el reto. Al girar la esquina y ver el arco, mis ojos iban buscando a mi niña, que no sabía que aquel que llegaba era yo. Al final, me acerqué a buscarla, y salió a darme la mano y a entrar conmigo bajo la meta. Fué precioso ver la cara de alegría de mi peque... no entendía por qué nos aplaudían ni por qué nos daban regalos y cocacolas. Se la veía feliz y orgullosa.
En cuanto a sensaciones, la verdad es que entre el miedo, los nervios y el dolor de piernas, no disfruté cuanto apenas, excepto las cuatro veces que ví a la familia animándome desde la acera y sobretodo al entrar a meta con mi peque de la mano. Pero a pesar de no disfrutar lo esperado, creo que tengo motivos para estar más que satisfecho. Hace un mes, fumaba un paquete al día, y ahora corro más de dos horas seguidas y he aprendido a sufrir y sufrir hasta conseguir cuanto me propongo.
2 comentarios:
No en todas las carreras está el cuerpo dispuesto, y cuando éste se niega no queda otra que tirar de fuerza de voluntad, y tú en esta ocasión has sabido sufrir y a buen seguro la experiencia te servirá para posteriores retos.
Además todos los males se pasan cuando somos recibidos por los nuestros.
Ánimo y a por la próxima.
Un saludo.
Creo que dadas las circunstancias, debes sentirte orgulloso.
Un abrazo
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